El ocaso del martes vio entrar la ciudad amada en solemne conmemoración.
La casa de familia tenía huéspedes menos inusuales y más honorables en el gran aposento de arriba.
En el aposento alto Dios come la pascua con doce hombres, mientras tanto Satanás espera el momento oportuno, que será el del bocado de honor.
Reclinados en el suelo en almohadones, sobre una mesa baja, la charla discurre y en algún momento se torna en una discusión necia. El infame asunto se resuelve con maestría; Jesús se levanta, deja su manto, se ciñe la toalla y lava uno a uno los pies de los discípulos, (y también los de Judas.)
Pedro se opone a una cosa tan inverosímil, acaso por lo que representa el hecho de Quién es el que le lava sus pies, pero también porque sabe que si él permite que el Dios hecho carne le haga esto él también deberá tener esta actitud para con su prójimo…finalmente cede al humillante servicio, pero no por amor, sino por temor.
La noche llega, la mayoría de los judíos han dado satisfactorio término al cumplimiento del memorial milenario que les recuerda año tras año cómo Jehová redimió al pueblo amado e insignificante de la esclavitud para darles libertad y vida en abundancia. Pero solo unos pocos, es decir, once, escuchan aquella noche las palabras inefables del Maestro.
Jesús retoma su propio discurso dicho una vez a Jeremías y les trae mención del Nuevo Pacto, del cual la iglesia no es primicia, pero es indirecta beneficiaria.
Antes de proseguir, no obstante, el Santo repele el corazón defectuoso e insincero de uno que ya se ha vendido a hacer lo malo. Así Judas y Satanás salen juntos del aposento, y por la misma puerta toman la escalera que baja.
Abajo, el ingrato y vil hombre no agradece ni saluda al padre de familia, ni considera al joven Juan Marcos, ni da cuenta de los servicios a María. Arriba tampoco había agradecido ni el aire que respiraba al Creador y Sustentador del universo. Se agradece, en cambio, a sí mismo, por ser tan arrojado en su empresa y probablemente se halaga y se felicita en sus maquinaciones. Furtivo se mueve entre las sombras de la noche y sigiloso va meditando mal y pensando en el premio de la maldad.
En el aposento el Señor se regocija con los que están decididos a amarle. Da nuevo significado a cierto pan y a cierta copa, e instituye el memorial sempiterno de su muerte salvadora.
La breve ceremonia no agota el tiempo, y el Maestro prosigue su discurso:
"Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir. Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros." (Jn.)
Pedro, acaso herido íntimamente en su orgullo por estas palabras, en vez de callar y humillarse, encuentra un lugar para reivindicarse y con el corazón inflamado de ego declara:
"Señor, ¿a dónde vas?" (queriendo decir acaso, ¿no sabes que aquí cuentas con alguien magnífico y único, superior a todos estos?)
Jesús le respondió aquello que precisamente Pedro no quería escuchar, o sea, el rechazo momentáneo de su fiel ayuda…
"A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después. Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti… Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces." (Jn.)
"Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. El le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte. Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces." (Lc.)
El Señor les explica con moderación, sin aprovecharse de la situación crítica, que es necesario que esto acontezca, y con paciencia y ternura repite y afirma las cosas sabidas y esenciales que sustentan las frágiles almas que se encierran dentro de los hombrecillos de barro.
Se concluye la reunión con un canto de alabanza, y siendo tarde en la noche, más tarde de lo normal, Jesús ordena: "Levantaos, vamos de aquí."
Bajan todos, y el cuarto solitario y amplio queda en silencio, a la luz de la velas. A ese cuarto volverá Jesús, más no subirá por escaleras, ni entrará por puertas.
Ahora caminan por las callejuelas de Jerusalén, en dirección al Templo. Las noches son frías en esa época del año, y las calles desiertas a esas horas de la noche.
En las sombrías sendas, a la luz de la luna llena (cíclica y perfecta para esa noche) el Señor declara:
"Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas. Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea." (Mt.)
El orgullo de Simón el pescador no puede sufrir otra vez esta afrenta e insiste por tercera vez ya:
"Respondiendo Pedro, le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo no, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo cante, antes que el gallo haya cantado dos veces me negarás tres veces. Más él con mayor insistencia decía: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo." (Mt. Mr.)
Jesús no responde a esto, sabe el futuro, y lo ha dicho de antemano para que cuando ocurra crean en Él.
Llegando al pórtico del Templo Jesús declara: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador…"
Prosigue su discurso camino al monte de los olivos, y declara que la máxima expresión del amor verdadero (agapao) es aquella que se manifiesta en dar la vida por los amigos. Pedro cree que tiene esta clase de amor, pero no sabe que su amor aún no es de semejante excelencia. Pedro pretende tener este amor, pero aún no puede concebirlo, sabe que su Maestro es digno de este amor, y piensa que este no se ha dado cuenta de que él pretende brindárselo con efusividad y valía. Por lo tanto, de dos espadas que se reparten entre once hombres él es seguro y ávido portador de una de ellas…
La hora ha llegado, se produce una revuelta de ardores carnales y Pedro rubrica la impronta de su celo a machetazos. El Señor hace saber que de ser necesario podría convocar más de doce legiones de ángeles (o sea, más de setenta y dos mil, tal como se entendía en aquel tiempo) para que defiendan a los suyos, (no a Él, claro está, Dios no necesita de guardia, por eso pediría a los soldados que dejaran ir a ellos en libertad…)
Todos los que se habían comprometido en ir a la muerte con honor y lealtad se esfumaron fracasando rotundamente a la hora de mostrar esa clase de amor que lleva a dar la vida por el amado.
Pedro todavía porfía con el Señor y lo sigue (de lejos) para demostrarle que debería haber hecho una excepción cuando dijo: "todos vosotros os escandalizareis de mí esta noche" Pedro es diferente… y no le gusta que le digan que es como todos los demás.
Aún es la madrugada, y los hombres ya han apresado al Todopoderoso con cuerdas, ¡¿Qué cosa?! Sí, salieron con antorchas y linternas a Aquel que es la Luz del mundo…
En un rato el juicio contra Dios ha comenzado, pero el aparato jurídico fracasa (porque Dios es el Juez de todos).
Dios espera la sentencia en el banquillo de los acusados…
En su declaración, la Verdad declara la verdad, pero la justicia humana dictamina lo inverosímil: Dios es culpable, y ya le van dando el pago anticipadamente con puñetazos, escupidas, y con otras deshonras y vilezas.
Mientras tanto Pedro está abajo, en el patio de la hermosa residencia/comisaría del juez/gobernador/sacerdote de turno.
La compañía de los viles está reunida a la salida del "juzgado" para vocear la victoria ni bien se concluya con la parte burocrática.
"Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos."
1° Negación:
"Estando Pedro (fuera, (Mt.) abajo, en el patio, vino una de las criadas del sumo sacerdote; y cuando vio a Pedro que se calentaba, (se le acercó, y (Mt.) mirándole, dijo: Tú también estabas con (el Galileo (Mt.), Jesús el nazareno. Mas él negó, (delante de todos (Mt.) diciendo: No le conozco, ni sé lo que dices. Y salió a la entrada; (a la puerta (Mt.) y cantó el gallo." (Mr).
El gallo canta por vez primera en la mañana pero a Pedro no le importa, recuerda lo que se le ha dicho pero pretende ser el primero en la historia en torcer el destino nefasto de los necios el cual es como de hierro y contra el cual no hay fuerza capaz de deshacerlo.
Es de madrugada, reina el silencio, solo el chasquido del fuego se escucha en el patio. Ese patio es, en la madrugada, la escena principal del Cielo y del Averno, ángeles y demonios se agolpan en él…Pedro, el estoico Pedro vuelve a la carga, su orgullo no puede ser manchado. Su pretendido "amor" no es más que vanidad y egoísmo, una carrera alocada hacia el quebranto.
2° Negación:
"Y la criada, viéndole otra vez, comenzó a decir a los que estaban allí: Este es de ellos,(Mr) También éste estaba con Jesús el nazareno.(Mt) Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy…y (Lc) negó otra vez (Mr) con juramento: No conozco al hombre" (Mt.)
Entre tanto el Señor es trasladado al patio, para darle curso "legal" al resto del proceso, pero de momento el Señor tiene en mente y corazón otra cosa. Pedro debe aprender a ser humilde.
3° Negación:
Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo.(Lc) Y poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres galileo, y tu manera de hablar es semejante a la de ellos.(Mr) Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? (Jn.) Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a este hombre de quien habláis.(Mr.) Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó la segunda vez. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante (Lc.) dos veces (Mr.), me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente…(Lc.)
La máxima expresión del amor verdadero y Divino fue publicada oficialmente a las nueve de la mañana, cuando clavaron al Señor en la cruz. Allí permaneció hasta las tres de la tarde, cuando expiró. Sobre su cabeza una tabla manuscrita declaraba lo que pocos entendían en el lenguaje universal (griego), en la lengua regional (hebreo), y en el lenguaje de la jurisprudencia romana (latín).
Pedro y casi todos los otros se hallaban derrotados, y como suele sucederles a los hombres insensatos, estaban dolidos en su orgullo de no tener el poder en sus manos para hacer estrago en sus enemigos. Todos se lamentaban de no poder ser poderosos, nobles y sabios, todos al verse a sí mismos se lamentaban de su desventurada suerte de simples y sencillos hombres del motón. Todos, o casi todos.
¿Qué pasaría con Pedro? ¿Tenía la lección pendiente aún? Estaba predicho que pasaría este valle y que una vez superado el problema podría confirmar al resto de los hermanos.
"Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. 3Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada.
4Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús. 5Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. 6El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. 7Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella), y se echó al mar. 8Y los otros discípulos vinieron con la barca, arrastrando la red de peces, pues no distaban de tierra sino como doscientos codos. (100 metros)
9Al descender a tierra, vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan. 10Jesús les dijo: Traed de los peces que acabáis de pescar. 11Subió Simón Pedro, y sacó la red a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres; y aun siendo tantos, la red no se rompió. 12Les dijo Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres? sabiendo que era el Señor. 13Vino, pues, Jesús, y tomó el pan y les dio, y asimismo del pescado. 14Esta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos, después de haber resucitado de los muertos.
15Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos. 16Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. 17Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas." (Jn.)
El Señor pregunta a Pedro la primera vez si este lo ama con el amor verdadero (agapao). Pedro acaso se sincera expresando su amor con otra palabra (fileo) que no refleja el amor verdadero (agapao)
Jesús resucitado vuelve a hacer la misma pregunta y Pedro vuelve a dar idéntica respuesta.
Por tercera y última, cuando Pedro ya estaba bastante humillado, Jesús pregunta a Pedro si solo lo ama con ese amor humano, si ese amor humano (fileo) es todo lo que sentía por él.
A esto Pedro contesta lastimeramente que sí, diciendo:
Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. O sea: "tu ya sabes que solo tengo un gran afecto por ti que me ha fallado a la hora de la crisis. No tengo ese amor del cual eres digno, (agapao) me doy cuenta que no lo tengo…tu lo sabes ya…tu lo sabes todo."
Antes Pedro no estaba en condiciones de seguir al Señor como el Señor deseaba, por lo que dijo a Pedro: ahora no, más me seguirás después. Pero ahora, a renglón seguido, el Señor dice a Pedro: "…Sígueme…" Pedro fue humillado y quebrantado.
En el futuro se lo ve a Pedro irradiar ese amor que tanto anhelaba tener para amar a Dios con toda su alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas. Pero antes tuvo grandes amarguras… (¿y acaso importan ellas?)
Ahora bien, usted y yo seguramente deseamos amar a Dios como Él se lo merece, pero fracasamos. Lo negamos, lloramos amargamente, vivimos angustiados, suspiramos cada día, gemimos hasta el hartazgo en nuestros corazones, nos preguntan que nos pasa y no sabemos explicarlo, nos recluimos, nos vamos, declinamos, nos afanamos en esa ansiosa búsqueda de hallar y cultivar esa clase de amor…y aún así, muchas veces no llega.
Estoy seguro que hasta el día en que lo logremos escucharemos la misma voz tierna y oportuna: "Sígueme".
Es menester, pues, continuar.
sábado, 4 de julio de 2009
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